- La mejor estudiante de Comunicación Audiovisual de su promoción habla de sus inquietudes y futuro
Marta atendiendo durante un curso de iluminación. :: Álvaro Guidet
Cuando tenía sólo 7 años, Marta vivió una experiencia que cambiaría por completo su mentalidad. Su profesor de inglés la sacó a la pizarra y la ridiculizó a base de preguntas de vocabulario que no supo contestar. «Si yo ya era una niña obsesiva, ese hombre me remató», explica Marta, que ese mismo día se prometió a sí misma que nunca volvería a quedar en evidencia. Hoy, 13 años más tarde, se ha convertido en la mejor estudiante de su promoción en Comunicación Audiovisual, donde se ha apuntado una media de 9,65 y ocho matrículas de honor sobre nueve asignaturas en el último curso. Antes había llegado a la universidad con un 10 en la ESO y otro en bachillerato que le valieron el premio extraordinario del Ayuntamiento de Málaga.
«Pero no me pongas muy por las nubes», pide Marta, que considera que «cada uno es como es» y a ella le ha tocado ser así de perfeccionista. Esa misma modestia que la conserva con los pies en el suelo se refleja en sus aspiraciones. Apasionada de las artes escénicas desde que se apuntó a teatro con una amiga «que no quería ir sola», Marta se conforma con participar algún día en un rodaje «aunque sea de eléctrico o de ayudante de cámara». También le encantaría tener la posibilidad de contar sus propias historias y utilizarlas comunicarse de con el público, «una de las sensaciones más satisfactorio que puede haber en el mundo del cine». Todo ello tratando de desarrollar un estilo propio y reconocible como el que ha conseguido articular su principal referente, Terrence Malick. «Es uno de esos directores que hacen de todo, cuentan historias, transmiten su filosofía y predica sus ideas sin hacer narrativa convencional. Eso es lo que me gustaría hacer a mí».
Claro que el salto a la gran pantalla pasa por acabar los estudios y especializarse, algo que a Marta se le truncó de primera hora por razones económicas. Su propósito inicial era recalar en el ESCAC, una escuela de cine barcelonesa cuyos precios rondan los 9.000 euros por año y que ha formado a artistas a como Kike Mayo, otro de los autores que le han influido. Aun así no descarta la opción de matricularse una vez reúna sus primeros ahorros trabajando.
Los asuntos económicos también se han interpuesto en su oportunidad de salir de España con la beca Erasmus. «No sé cuándo ni cuánto voy a recibir, así que prefiero quedarme. No veo la necesidad de obligar a mi madre a hacer ese esfuerzo», cuenta Marta, que no oculta su descontento con la configuración del sistema de becas: «Si todo el mundo fuera honrado las becas serían más equitativas». Tampoco reniega de los planes educativos en su conjunto. «Todo se basa en el 'memoriza, memoriza y ya entenderás', cuando debería centrarse más en la comprensión, que es como se crece más», opina. Por ello, Marta ve cada vez más la universidad «como una guardería» en la que es obligatorio asistir a clase e imposible compatibilizar el trabajo con los estudios. A esto se le suma el elevado ratio de alumnos por clase, la falta de medios técnicos y la actitud de «algunos profesores que no se esmeran y se limitan a leer un PowerPoint»
Así es Marta, una joven de 20 años que disfruta en su tiempo libre «de lo mismo que todo el mundo»: salir con los amigos, pasear en bici y, cómo no, ver películas, aunque últimamente ha cambiado la pantalla del cine por la de casa.
Fuente: SUR
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