Las mujeres somos brujas, ¿no lo habían notado? No brujitas simpáticas, no; somos brujas malvadas, dispuestas a acabar con el macho dominante para arrebatarle el poder que él nos arrebató, ése que por naturaleza le corresponde a la madre nodriza. Pero seguro que ya se habían dado cuenta. Si hasta lo supieron ver nuestros sabios ancestros medievales. Basta observar cómo hoy hemos erigido en nuestro bastión de poder el ámbito doméstico, ese ámbito cuyo reino se nos concedió como reducto de abnegación, cuidado y amor romántico, y cuya naturaleza hemos transmutado sin contemplaciones en nuestro beneficio ciego y ególatra. Y para lograrlo mentimos, nos victimizamos y hasta utilizamos a nuestras/os hijas/os, a quienes no queremos sino como instrumentos de poder sobre el macho, nuestro enemigo.
Quien no hubiera notado nada, que vaya a que se lo cuente Alex de la Iglesia. Cuando empecé a ver Las brujas de Zugarramurdi creí que era una sátira del neo-machismo. Luego vi que iba en serio. La película habla del macho torpe e indefenso, pero esencialmente bueno, de la mujer capaz y poderosa, esencialmente mala, dispuesta a sacrificar a su hijo por el poder del gineceo. Les hablará también de una mujer, no mala, sino descuidada, presa de sus éxitos profesionales, pero recuperable, eso sí, con un poco de autoridad varonil. Como recuperables somos todas con la vieja fórmula del amor romántico. Ya saben: la mujer que se abandona a sí misma por el hombre amado, que sabe cuidarlo y anticiparse a sus necesidades, y que lo hace por decisión propia, con naturalidad y alegría, sin imposiciones que puedan desmerecer su opción vital. En un momento en que estamos redefiniendo el género es mucho lo que tenemos que discutir en materia de derecho de familia. Pero ojo con alimentar la ira de un patriarcado caduco.
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