El género y los roles de género, ya lo han demostrado, afectan diferencialmente las oportunidades y marcan las limitaciones económicas, políticas y sociales, tanto de hombres como de mujeres. Y pareciera que recién en el siglo XX, los hombres consideran en algunos planes, el frágil equilibrio de la naturaleza, pero desdeñan el papel que juegan en él. De cualquier forma, no interesa mucho y son capaces, desde un partido “verde”, de rematar cualquier riqueza natural.
Ante las catástrofes, algunos se dan cuenta de las consecuencias de su irresponsabilidad. Pero, a la menor oportunidad, lo olvidan y vuelven a empeñar vidas humanas a costa de ganancias rápidas. Y, además, nos repiten una y otra vez —con tono de advertencia arrepentida y como si todos fuéramos igualmente culpables— que la naturaleza no perdona nunca. Y de que el agua tiene memoria. ¡Uf! ¡Hasta podemos empezar a creer en que eso es una nueva verdad! A las mujeres, a la gran mayoría, no les queda más que seguir la voz de los hombres, a pesar de que consideren cabalmente su inconveniencia.
Catástrofes naturales y enfermedades nos hablan de un ¿orden? que se ha trastocado; importa reconocer que somos una minúscula parte de un multiverso gigantesco, pero las adversidades que ¿repentinamente? nos golpean, nos recuerdan que no podemos ni debemos usar los recursos naturales indiscriminadamente. Las leyes naturales, lo sabemos, pueden ser traspasadas, quebrantadas, pero toda transgresión introduce un desequilibrio que se extiende. Por años, por territorios, por dolores humanos.
Hildegarda de Bingen, monja benedictina, fundadora de conventos, escritora, poetisa, compositora, investigadora de plantas medicinales, médica herborista, teóloga, mística, profetisa, consejera de reyes y de nobles, de papas y otros religiosos, entendió esa verdad y actuó en consecuencia. Como además de colaborar en donaciones, no hay mucho que hacer en esta catástrofe que arrasó con las esperanzas, los esfuerzos, el trabajo y los sueños de muchas y muchos mexicanos, transcribimos una de las recetas de Hildegarda, buscando con ello entretener, al menos, la desesperación.
“La nuez moscada tiene gran calor y un buen equilibrio en sus poderes. Si una persona come nuez moscada se le abre el corazón, purifica su percepción y mejora su ánimo. Toma nuez moscada, una cantidad equivalente en peso de canela y un poco de clavo de olor, y redúcelos a polvo. Con ese polvo, otro tanto de harina y un poco de agua prepara unas galletitas y cómelas a menudo. Calmará así toda la amargura de tu corazón y del espíritu, se te abrirá el corazón y los sentidos embotados y se te alegrará el espíritu. Purificará tus sentidos, disminuyendo así los humores nocivos; dará vigor a tu sangre y te fortalecerá.”
Creía que naturaleza y humanidad tenían correspondencia, por lo que buscaba establecer las relaciones entre lo producido naturalmente y los seres humanos, creyendo descubrirlas. Esos conocimientos los aplicaba para recuperar el equilibrio y la salud de las personas, que por creer que ésa era su misión, le importaban en primer término. Y esto es lo que ha interesado a las y los que buscan afanosamente en nuestros tiempos, aliviar dolores y males corporales, haciendo de ella una mujer muy contemporánea. Cualquiera la puede tomar como la primera que habló de la homeopatía o de las tan famosas flores de Bach y de otras muchas terapéuticas medicinales. En sus libros, al describir plantas, animales, piedras, Hildegarda describe sus cualidades y sus propiedades curativas. Por otra parte, conocedora de su interacción, no separa los estados anímicos de los males corporales, trabajando lo físico y lo sicológico al mismo tiempo, para la curación de la persona enferma. Habría que recordarla en toda la extensión de sus saberes, y sería mucho mejor saber si encontró algún remedio contra la ambición y la avaricia, porque las leyes y su aplicación transparente aún no nos funcionan.
*Licenciada en pedagogía y especialista en estudios de género
Fuente: EXCELSIOR
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