Este fin de semana han sido protagonistas dos chicas, casi niñas. Se trata de Iris Juno Mbulito, que ha debutado en la Liga de baloncesto rompiendo el récord de precocidad de Ricky Rubio, y Ana Carrasco, la primera española en puntuar en un Mundial de motociclismo. Les une una precocidad casi insultante pues tienen 14 y 16 años, respectivamente. Y que parecen felices, como si hubiesen alcanzado una meta.
Son casos llamativos, pero cada vez más comunes en el deporte de élite. Hace unos años fue Tom Daley el que se llevó todos los titulares al proclamarse campeón de Europa de saltos con 13 años. Este verano, la nadadora Katie Ledecky, quien confirmó, con cuatro medallas mundiales, el oro olímpico que logró con una superioridad aplastante a los 15.
La precocidad suele ser llamativa y, a veces, polémica. Sobre todo si se trata de deportes que obligan a largas horas de entrenamiento y, aún más, si su protagonista es una niña. Es lo que ocurrió a finales del año pasado con las hermanas Kaytlynn y Heather Welsch, que saltaron a las páginas del New York Times tras especializarse en carreras de resistencia con 10 y 12 años. O lo que pasa cada cierto con la gimnasia.
Desde que Nadia Comaneci asombrara al mundo en Montreal 76, cuando solo tenía 14 años y fue capaz de lograr lo que ningún hombre había conseguido, el primer 10,00, la perfección, son habituales las niñas campeonas. Simone Biles, la nueva campeona del mundo, es el último ejemplo: tiene 16 años, pero empezó a tontear con la gimnasia cuando solo tenía seis años. Su página web asegura que se entrena unas 30 horas semanales.
Lo gracioso es que la gimnasia es de los pocos deportes que, de un tiempo a esta parte, impone una edad mínima para competir, precisamente esos 16 años de Biles. Rafael Nadal tenía un año menos cuando ganó su primer partido en el circuito y probablemente nadie se llevó las manos a la cabeza.
La precocidad es un hecho en el deporte y, según la psicóloga Patricia Ramírez, no distingue entre sexos. Para ella “lo más importante es que el niño (o la niña) no sufra un cambio radical en sus hábitos de vida”, explica por teléfono, “que mantenga a sus amigos, que vaya al colegio, que vea la televisión…, que su vida no solo sea deporte”. Tanto Mbulito como Carrasco siguen estudiando y sus familias parecen apoyarlas en su viaje a la alta competición.
Esa es precisamente una de las recomendaciones que la organización Save the Children hizo en 2008 en su informe Niños en competición. Otras: que no compitan antes de los siete años y que no se entrenen más de tres horas al día.
Ramírez no es muy partidaria de que niños de 12 o 13 años sean tratados por psicólogos deportivos, pero sí apunta algunas recomendaciones: “deben ser conscientes de que lo principal es disfrutar y tienen que aprender a manejar algunas emociones, a encajar la derrota y a lidiar con la presión”. Y la presión no viene solo del entorno competitivo en el que se desenvuelven o de los medios que aplauden sus historias sino que a veces procede de los propios padres. La adolescencia suele ser una edad crítica, también para los deportistas. Es cuando pueden detectarse algunos problemas, como la obsesión por el peso o los problemas para conciliar el sueño.
Pero no todo son peligros. Ramírez también destaca que los pequeños deportistas suelen ser disciplinados, perseverantes y muy organizados con lo que suelen tener un rendimiento escolar alto. La clave está en que sigan disfrutando, del deporte y de la vida. Muchos lo hacen. Pero solo unos pocos, como Juno y Carrasco, consiguen además llegar a la élite
Fuente: EL PAIS
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