Un editorial
por Magdalena Sepulveda Carmona, Relatora especialsobre la extrema pobreza y
los derechos humanos, y John Hendra, Subsecretario General de las Naciones
Unidas y Director Ejecutivo Adjunto, Oficina de Políticas y Programas de ONU
Mujeres.
En las
discusiones que se llevan a cabo en el seno de las Naciones Unidas sobre una
agenda de desarrollo mundial que pueda suceder en el 2015 a los Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODM), pareciera existir acuerdo en que la igualdad de
género y el empoderamiento de las mujeres debieran ser componentes esenciales
de la nueva agenda.
Existe una
amplia evidencia de que en los países donde se ha
logrado una mayor igualdad de género en el empleo y en la educación, existen
también índices más altos de desarrollo humano y crecimiento económico.
Asimismo, existe consenso en que el empoderamiento de las mujeres es esencial
para reducir la pobreza y mejorar los resultados en materia de salud pública.
Muchos
defensores de la igualdad de género promueven la inclusión de objetivos
relativos a un mayor acceso de las mujeres a las oportunidades de trabajo y la
iniciativa empresarial, así como un aumento en la participación política de las
mujeres. Sin perjuicio, de que estos son objetivos loables que debieran
incluirse, con frecuencia estas iniciativas no tienen en cuenta un factor
estructural de la desigualdad de género: la abrumadora carga de trabajo no
remunerado que asumen las mujeres en los hogares y en las comunidades de todo
el mundo.
Se trata del
trabajo que realizan cocinando, limpiando y cuidando a los otros, y que en
muchos países en desarrollo, incluye también el recoger agua y combustible para
el consumo del hogar. Este tipo de trabajo, que es uno de los pilares de
nuestras sociedades, les demanda una enorme cantidad de tiempo. En África
subsahariana, por ejemplo, las mujeres y las niñas dedican 40 mil millones de horas al año a recoger agua,
esto es el equivalente a un año de trabajo de toda la fuerza laboral de
Francia.
Esta
desigual distribución del trabajo de cuidado es consecuencia de los fuertes
estereotipos de género que aún persistentes en nuestras sociedades y representa
un enorme obstáculo para lograr igualdad de género y para que exista igualdad
de condiciones entre los hombres y las mujeres en el disfrute de los derechos, tales como el derecho
al trabajo decente, el derecho a la educación, el derecho a la salud y el
derecho a participar en la vida pública.
El trabajo
de cuidado no remunerado a menudo impide que las mujeres puedan buscar un
trabajo fuera del hogar. Por ejemplo, un estudio en América Latina y el Caribe mostró
que más de la mitad de las mujeres de entre 20 y 24 años no buscan trabajo
fuera del hogar debido a la carga de trabajo que tienen con las tareas
domésticas. Asimismo, cuando las mujeres tienen acceso a un trabajo remunerado,
éste puede no ser suficiente para empoderarlas si continúan siendo las
principales responsables de las tareas de cuidado, lo que significan que en la
práctica, realizan un "segundo turno laboral" en sus casas después de
terminada su jornada laboral remunerada.
La
desproporcionada carga de trabajo de cuidado también limita las oportunidades
de las mujeres para avanzar profesionalmente así como su nivel salarial y
aumenta las probabilidades de que las mujeres terminen en un trabajo precario e
informal.
Los
estereotipos de género que sitúan a las mujeres como únicas responsables de las
tareas de cuidado también impactan negativamente en los hombres, quienes sufren
la presión social de tener que ser los "proveedores", proporcionando
a su familia financieramente en lugar de cuidar de ellos más directamente.
El derecho
de las niñas a la educación también se ve perjudicado. En los casos más
extremos, las niñas son obligadas a dejar la escuela para ayudar con las tareas
domésticas, el cuidado de las y los niños más pequeños u otros miembros de la
familia. Con frecuencia, las niñas ven limitadas sus opciones de lograr
igualdad en la educación debido a que sus responsabilidades domésticas les
dejan menos tiempo que los varones para estudiar, establecer redes o realizar
actividades extracurriculares. Sin igualdad de oportunidades educativas, las
mujeres y las niñas se ven impedidas de acceder a trabajos remunerados, empleos
decentes, que les permitan escapar de la pobreza.
En última
instancia, la distribución desigual del trabajo de cuidado socava los esfuerzos
para el desarrollo. Las mujeres que viven en situación de pobreza no tienen
acceso a la tecnología que podría aliviar su trabajo y a menudo viven en
lugares que no cuentan con una infraestructura adecuada, tales como agua
corriente o electricidad. Por consiguiente, su trabajo de cuidado no remunerado
es especialmente intenso y difícil.
La falta de
tiempo también afecta el empoderamiento político y social de la mujer - ¿cómo
se puede esperar que las mujeres asistan a reuniones comunitarias o de
formación de liderazgo si no hay nadie más para cuidar de sus hijos o a sus
familiares enfermos en casa?
El cuidado
es un bien social positivo e insustituible, es la columna vertebral de todas
las sociedades. Proporcionar cuidado puede traer grandes recompensas y
satisfacciones. Sin embargo, para millones de mujeres en todo el mundo, la
pobreza es su única recompensa por una vida dedicada al cuidado de los otros.
El trabajo
de cuidado no remunerado es el eslabón que falta en los debates sobre
empoderamiento, derechos de las mujeres e igualdad de género. Si no se toman
acciones concretas para reconocer, apoyar y compartir el trabajo de cuidado no
remunerado, las mujeres que viven en situación de pobreza no podrán disfrutar
de sus derechos humanos ni de los beneficios del desarrollo. Se debe reconocer
que esta distribución desigual no es natural, es evitable y trae consecuencias
negativas para nuestras sociedades.
Avanzar en
el tema de cuidado requiere un cambio cultural a largo plazo. Sin embargo, la agenda
de desarrollo post-2015 puede hacer una contribución importante si
reconoce el trabajo de cuidado como una responsabilidad social y colectiva,
como un tema importante de derechos humanos, y como un elemento esencial para
la reducción de la pobreza a nivel mundial.
Los Estados
y los demás actores de desarrollo deben tomar medidas concretas para reducir y
redistribuir la carga del trabajo de cuidado de las mujeres, tales como mejorar
los servicios públicos y la infraestructura en las zonas más desfavorecidas,
invertir en tecnologías de uso doméstico asequibles, proporcionar prestaciones
de apoyo tales como servicios de cuidado infantil (guarderías y salas cunas) y
establecer incentivos para que los hombres tomen un rol más activo en las
tareas de cuidado.
En nuestros
esfuerzos para lograr un desarrollo equitativo y sostenible, no podemos apartar
la mirada de las mujeres en la cocina, junto a la cama de los enfermos, y en el
pozo de agua. Por el contrario, hoy más que nunca nuestro avance depende de
reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidado no remunerado. La
formulación de la nueva agenda de desarrollo post-2015 es un buen lugar para
empezar.
Fuente: ONU Mujeres
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