Había decidido, después de 35 años largos de dedicación política, dedicar más tiempo a la familia, a la lectura, al estudio... Pero no, tampoco ahora. Soledad Becerril Bustamante, madrileña, de 68 años, será votada por el Congreso y el Senado el próximo 18 de julio para ocupar el cargo de Defensora del Pueblo, puesto de dependencia directa de las Cortes Generales, a cuya Cámara Baja ha estado vinculada desde 1977 cuando obtuvo un escaño en las Cortes Constituyentes de la mano de UCD, rama liberal.
Ni el azar ni la necesidad pueden invocarse para explicar por qué Soledad Becerril será la primera mujer que ostentará este puesto de Alta Comisionada de las Cortes Generales, como reza el apellido del cargo de Defensor del Pueblo. Tampoco la casualidad la llevó a ser la primera mujer ministra de la democracia restaurada. Quizá el presidente Leopoldo Calvo-Sotelo cuando en 1981 nombró a Becerril ministra de Cultura no cayó en la cuenta que acababa de romper otro dique de la dictadura, cual fue llevar al Consejo de Ministros a una mujer después de un paréntesis de 44 años. Había que remontarse a la II República para ver a una mujer en el Consejo de Ministros: la anarquista Federica Montseny ocupó la cartera de Sanidad ya en plena guerra civil. El presidente centrista tenía muy claro que la joven diputada era la persona adecuada para llevar la cartera de Cultura.

Sin aspavientos, con la práctica del día a día, demostró su compromiso con las libertades. Becerril fue una demócrata de primera hora, no sobrevenida. Con su título de marquesa consorte formó con comunistas, socialistas, y liberales una revista de información general, La Ilustración Regional, con gentes diversas a las que unía el ansia de contribuir a la creación de espacios de libertad. Pronto se encuadró en un partido liberal en Andalucía que confluiría en la UCD de Adolfo Suárez. Con vaqueros o con blusas de corte romántico, lazos y chorreras, lo que le valió que Alfonso Guerra, entonces número dos del PSOE, la inmortaliza como "Felipe II vestida de Mariquita Pérez", defendía la igualdad entre hombres y mujeres. Esa defensa no nacía probablemente de una elaboración teórica sobre el feminismo, sino de la íntima convicción de que todos los seres humanos, hombres y mujeres, son portadores de origen de los mismos derechos.
Con esa actitud, en su entorno dicen que por liberal, fue ministra, diputada, vicepresidenta del Congreso, alcaldesa de Sevilla, vuelta al Congreso y, ahora será Defensora del Pueblo. La propuesta de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, a Alfredo Pérez Rubalcaba, de su candidatura fue aceptada de inmediato. No es de extrañar. Los socialistas saben de su talante y de su concepción de la política. "En frente no tengo enemigos, tengo adversarios, que no es lo mismo", ha declarado en distintas ocasiones. El guante de seda de Soledad Becerril no es sinónimo de pusilanimidad ni tibieza. Está dónde está y toda su vida política ha querido ganar para su equipo, que es el PP desde la disolución de UCD tras las deblaces electorales.
En su declaración de principios en el Congreso para que los grupos la propongan en el pleno -lo que estaba conseguido de antemano por el pacto del PP y del PSOE -, después de una intervención en la que se atrevió a asegurar que será "resistente a las presiones y a las indicaciones", marcó tres líneas absolutamente prioritarias en su trabajo: la defensa de las víctimas del terrorismo, de los ciudadanos más golpeados por la crisis y de las mujeres que sufran violencia. "Las mujeres maltratadas y amenazadas siempre me tendrán a su lado", aseguró como declaración de principios. Quienes la conocen sitúan este compromiso como parte de su ser político y personal más profundo en defensa de la libertad. "Feminista a fuer de liberal", traducen estos interlocutores, tomando como base la frase de Indalecio Prieto, histórico dirigente del PSOE en la República ("soy socialista a fuer de liberal").
Foto: García Cordero
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