martes, 30 de abril de 2013

Mirada feminista a la salud y seguridad en el trabajo

Hoy, 28 de abril, Día Internacional de la Salud y la Seguridad en Trabajo, se recuerda a todas y cada una de las personas que han sido víctimas de accidentes de trabajo o  de enfermedad profesional y se denuncia que las reformas y los recortes del Gobierno aumentan los riesgos en estas materias.  A esta reivindicación laboral habría que añadir que los recortes en sanidad pueden ocasionar dificultades en la recuperación y falta de equidad en la asistencia a la misma.

Año tras año se suelen ofrecer los datos de accidentes y enfermedades profesionales para sensibilizar a la sociedad y a las autoridades sobre la importancia de este fenómeno, así como sobre la necesidad de su prevención. Según los datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, durante el año 2012 se produjeron 462.060 accidentes de trabajo con baja, de los cuales 283.417 fueron sufridos por hombres y 117.427, por mujeres. El número total de accidentes mortales fue de 555 y los partes cerrados como enfermedad profesional con baja fueron 7.488 -3.842 correspondientes a hombres y 3.646, a mujeres-. Estas terribles cifras deben hacernos pensar en los dramas personal de cada una de las personas y las familias afectadas. Resulta evidente que el trabajo, entre otras cosas, deteriora la salud y, a veces, hasta nos quita la vida; que es necesario hacer un gran esfuerzo preventivo y, sobre todo, regular unas condiciones de trabajo y empleo dignas y decentes para limitar los efectos nocivos del mismo.

Sin embargo, centrar la atención sobre los accidentes y las enfermedades profesionales esconde determinadas condiciones de la salud de la población trabajadora y, especialmente, aquellas que afectan a las mujeres. Por esta razón, en el día de hoy me gustaría visibilizar los riesgos de género ocultos o solapados por los riesgos tradicionales, generalmente masculinizados, y socialmente más conocidos y asumidos.

Al analizar este fenómeno bajo la perspectiva de género se ofrece una radiografía social de algunas de las diferencias entre hombres y mujeres. Son conocidos los riesgos durante el embarazo y la lactancia como ejemplo evidente de las diferencias biológicas, pero existen también importantes diferencias biológicas en relación a cómo penetran, se almacenan o metabolizan las sustancias tóxicas, por ejemplo. Cuando se estudian los riesgos químicos se observa que las mujeres tienen en general un mayor porcentaje de tejido adiposo y, por lo tanto, almacenan más grasas que los hombres, por lo que las sustancias tóxicas liposolubles se acumulan con mayor facilidad. Por tanto, la primera conclusión sería evidente: la salud de hombres y mujeres es diferente. Pero, además, la percepción de la misma también lo es. Según la Encuesta Nacional de Salud (2011– 2012), los hombres declaran un mejor estado de salud que las mujeres.

Atender a las diferencias de género en los mismos puestos de trabajo es interesante, pero se puede dar un paso más y observar la salud de hombres y mujeres según los puestos de trabajo de cada cual. Las mujeres siguen concentradas en ciertos sectores y, además, dentro de éstos, en ocupaciones que se entienden como una prolongación de sus tareas y habilidades domésticas. Los mayores porcentajes de ocupación femenina están en la rama de comercio, actividades sanitarias, de servicios sociales, hostelería, educación y empleo doméstico. Tanto por los sectores de ocupación donde están empleadas como por las condiciones en el trabajo que tienen –mayor temporalidad y contratación a tiempo parcial, mayores dificultades para promocionar, salarios medios más bajos, etc.-, las mujeres padecen un impacto sobre su salud diferente del que reciben sus compañeros. Seis de cada diez mujeres trabajan en el sector servicios, en ocupaciones de enfermeras, maestras, limpiadoras, administrativas, cajeras, vendedoras o trabajadoras sociales. En el sector de ventas y servicios predominan los problemas psicosociales. En el sector industrial, donde trabajan dos de cada diez mujeres, la mayoría ocupa puestos de trabajo de baja o nula cualificación, en cadenas de montaje de industrias manufactureras donde el trabajo es monótono y repetitivo. La carga física en estas ocupaciones no es tan evidente como en las desempeñadas por hombres, pero las posturas mantenidas durante largos periodos y el trabajo repetitivo provocan alteraciones músculo-esqueléticas de difícil diagnóstico. Según la VI Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo, las enfermedades y los trastornos músculo-esqueléticos son uno de los problemas más comunes de las mujeres y que les provoca mayor número de enfermedades profesionales.
A los riesgos para la salud, en el caso de las mujeres, habría que sumar el de la violencia que se ejerce sobre ellas en el ámbito laboral y, por tanto, un riesgo específico: el del acoso sexual. Es este un fenómeno generalmente oculto, pero muy extendido, y que tiene graves consecuencias para la salud integral y el desarrollo profesional de las personas afectadas. Además, como sucede con otros tipos de violencia de género, con el acoso sexual -debido la ideología patriarcal- se produce un desplazamiento de responsabilidades. De tal modo que, paradójicamente, la víctima acaba ocupando la posición de acusada. Además, su conducta sexual, sus comportamientos relacionales y, en general, su vida acaba siendo públicamente juzgada.

Introducir la perspectiva de género para analizar la realidad social permite hacer análisis más acertados y lograr una mejor prevención. Un primer paso se ha dado al entender que la salud de hombres y mujeres es diferente. Observar la relación entre división sexual del trabajo y las peores condiciones de trabajo de las mujeres supone dar un paso más y realizar una aproximación a la desigualdad. Pero aún nos proponemos avanzar más.

Creemos que es importante salir del marco del empleo para pasar a hablar de trabajo. Sabemos que esta propuesta supone un cambio de mentalidad, pero también que hay que intentar ese cambio. Y hay que intentarlo por varias razones. En primer lugar, porque entre el tiempo dedicado al puesto de trabajo y el resto de la vida hay un continuo. Las personas arrastran sus problemas y preocupaciones consigo cuando están ejerciendo sus profesiones y se llevan sus dolores, tensiones y desencuentros laborales a sus casas cuando salen de sus centros de trabajo. En este sentido hay que recordar que la doble presencia –la situación en la que una misma persona debe responder a las demandas domésticas y de cuidados y a las del trabajo asalariado- es un riesgo para la salud. Esta doble presencia identifica la realidad de las condiciones de trabajo y empleo de la mayoría de las mujeres y es preciso mostrarla para entender el funcionamiento de la sociedad capitalista avanzada y, en especial, todo lo que tiene que ver con el ámbito de las desigualdades. La simultaneidad provoca mucho más estrés y tensión que la carga de trabajo.

Revolución incompleta

Se habla de una revolución feminista incompleta porque bien es cierto que las mujeres han salido a la calle y al empleo retribuido, pero los hombres, en muchos casos, no se han ocupado del trabajo de los hogares. Además, como la guía Sindical Mujeres, trabajos y salud (2013) menciona, el trabajo asalariado se continúa organizando y realizando como si las mujeres no se hubiesen incorporado a él. La doble presencia es un factor de vulnerabilidad de las mujeres puesto que ésta se asocia a peores indicadores de salud mental, de vitalidad y de estrés. Aquí la desigualdad ya es evidente. En el ámbito doméstico las mujeres dedican a este trabajo una media de 4,29 horas diarias frente a 2,32 de los hombres. Los datos de la Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo (2010) indican que el 46,5% de los varones ocupados cuyo cónyuge también tiene un empleo declaran que es su pareja quien se encarga del cuidado de sus hijos de 3 a 14 años. El 32,6% de las mujeres ocupadas y cuyo cónyuge trabaja declaran que asumen solas el cuidado de los hijos menores de 14 años fuera del horario laboral, frente al 11% de los varones que se encuentran en la misma situación.

En segundo lugar, tenemos que intentar este cambio de mentalidad porque el empleo no es ni más ni menos que un tipo específico de trabajo dentro del que se podrían mencionar otros como el doméstico y de cuidados, el voluntario, el ilegal, el participativo y el político. A pesar de cuarenta años de análisis feministas de denuncia de esta metonimia –hablar de trabajo cuando se quiere decir empleo-, ni en el ámbito académico, ni en las organizaciones internacionales y estatales, este planteamiento se acaba de asumir. Y eso que se ha demostrado empíricamente cómo el trabajo doméstico y de cuidados es fundamental en el circuito macroeconómico. La economía productiva sin el trabajo doméstico no puede subsistir. Las actividades que se realizan bajo este trabajo doméstico y de cuidados están destinadas a criar y mantener personas saludables con estabilidad emocional, seguridad afectiva, capacidad de relación y comunicación, que son características humanas indispensables para el buen funcionamiento de la esfera mercantil capitalista, sin las cuales la economía de producción no sería posible. Por otra parte, si se cuantifica la distribución de la carga global de trabajo, la misma estaría compuesta por un 44,2% de trabajo retribuido, mientras que el resto sería trabajo no retribuido, realizado mayoritariamente por mujeres. Por tanto, si hablamos del trabajo y no del empleo, hay que empezar por decir que las mujeres trabajan más que los hombres.

Invisibilizar e infravalorar el trabajo doméstico y de cuidados no hace sino ocultar las relaciones de poder y de dominación en las que se sustenta el capitalismo patriarcal. Olvidar la cantidad y calidad de este trabajo supone menospreciar el trabajo de muchísimas mujeres y seguir únicamente parámetros económicos productivistas. Pensar que el trabajo global supone partir de presupuestos sociales en los que lo importante es la sostenibilidad de la vida y el bienestar de las personas.

Mientras las mujeres se ocupan de cuidarnos a todos, el informe Las mujeres y la salud: los datos de hoy, la agenda de mañana de la Organización Mundial de la Salud señala que las sociedades del mundo entero siguen fallando a la mujer en momentos clave de su vida, particularmente en la adolescencia y la vejez. Corrijamos esta tendencia desde ya, empezando hoy mismo, que se conmemora el Día de la Salud y la Seguridad en Trabajo.

FUENTE:http://blogs.publico.es/otrasmiradas/713/mirada-feminista-a-la-salud-y-seguridad-en-el-trabajo/

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