Soy hombre, mis dos hijos son hombres, al igual que mi padre y
tres hermanos de cuatro que somos. La mayoría de mis amigos, y sin
duda los más íntimos, son hombres, como lo son muchos compañeros de trabajo…
No tengo nada contra los hombres y ninguno de ellos me ha dicho jamás que tenga
algo en contra nuestra, sin embargo es algo que con frecuencia se
utiliza como argumento para cuestionar algunas de las críticas que hago
a esa forma de entender y ejercer la masculinidad, que la cultura y la sociedad
que nace de ella nos impone a los hombres.
A lo largo de estas semanas se han producido algunos comentarios a
los textos que he colgado en el blog que merecen compartir una
reflexión, participación que agradezco con independencia del
tono más o menos crítico en lo personal, sobre todo porque algunos son un
ejemplo muy claro de lo que quiero explicar.
En algunos de los posts que he subido al blog “Autopsia” he
realizado críticas directas a conductas, argumentos, actitudes,
modelos, estrategias… protagonizadas por hombres y, sobre todo, diseñadas a
partir de unas referencias que permiten que dichas situaciones sean entendidas
como parte de la normalidad y que, por tanto, no sean
reprobadas, salvo que se traspasen ciertos límites, bien sea en la
forma o intensidad de llevarlas a cabo, o en los muros que se levantan
alrededor de ellas, unas veces muros de silencio otras paredes de
despachos, hogares, bares o clubes. Y en muchos casos he puesto el
ejemplo de cómo esas mismas conductas son justificadas cuando las lleva a cabo
un hombre y magnificadas cuando las hace una mujer, como por ejemplo, las
“denuncias falsas” por violencia o agresiones sexuales, o la propia violencia.
En ningún caso, ni nunca, he dicho ni diré nada de los dos
argumentos que se insinúan en los comentarios que hablan de mi teórica
“animadversión” hacia los hombres: uno de ellos es que parece que doy a
entender que los hombres son malos por naturaleza y las mujeres buenas,
y el otro, que las conductas que crítico son presentadas como
exclusivas de los hombres. Y no es así. Hay hombres buenos,
maravillosos, pacíficos, entregados a los suyos, afectivos y
afectuosos… y mujeres malas, violentas, abusadoras,
dominantes, perversas... No estoy hablando de eso.
De lo que hablo es de cómo la cultura ha establecido identidades
rígidas para hombres y mujeres, y de cómo bajo esa identidad se han asignado
roles o funciones que llevan a darle significado a esas frases que
hablan de “un hombre de verdad”, un “hombre hecho y derecho”,
un “hombre que se viste por los pies”, un “hombre de pelo en
pecho”… o a esas otras de “una mujer de bandera”, una “mujer
10”, una “buena madre”, una “buena esposa”… y de
cómo el reconocimiento de lo que se entiende que debe ser un hombre y lo que
debe ser una mujer se interpreta de forma diferente, hasta el punto
que cuando una mujer hace lo que un hombre “siempre debe hacer”, como por
ejemplo, rebelarse frente a quien lo somete, lo obliga, lo controla e incluso
lo maltrata, se la cuestiona como “mala mujer”, que es lo que ocurre en
la mayoría de los casos de violencia de género. La mujer debe ser
sumisa y el hombre debe ser combativo ante las mismas circunstancias y en el
mismo escenario, situación que lleva a que las mujeres que no quieren vivir
sometidas a los dictados de un maltratador sufran más violencia y
puedan llegar a ser asesinadas, simplemente, por mantenerse en esa actitud
crítica frente al hombre maltratador. Y no estamos hablando de unos
pocos casos, son más de 600.000 las mujeres que sufren violencia de
género cada año, y 628 las mujeres han sido asesinadas por sus parejas o
exparejas en los últimos nueve años, en cambio todavía hoy se
cuestiona su realidad o se trata de mezclar con la violencia que sufren los
hombres, los menores, los ancianos o cualquiera que pase por allí con tal de no
reconocer la especificidad del grave problema de la violencia de género ni, por
tanto, el significado de la misma. Ninguna otra violencia, ni por aproximación,
se acerca a un número tan alto de víctimas que compartan las mismas
características: mujeres que han mantenido una relación de pareja con
un hombre, ese es el “riesgo” que corrían, y menos aún que los
homicidios se produzcan en un ambiente tan lejano a lo que se conoce como
“delincuencia habitual” o criminalidad.
De eso hablo, y de los hombres y mujeres (es cultura, no
genético, y por tanto también hay mujeres que intentan restar importancia a
todo esto, algunas en puestos de responsabilidad para, teóricamente, evitarlo) que
tratan de negarlo en su significado, minimizarlo en su dimensión, reducirlo en
sus consecuencias e invisibilizarlo en su manifestación.
Y hablo de los hombres y critico a los hombres que guardan silencio,
a los que se aprovechan de los privilegios robados a las mujeres por la
desigualdad, a los que dicen con razón que las cosas “siempre han sido así”, a
los que se sienten atacados cuando critico todo esto, pero no se sienten
aludidos por todo lo que otros hombres hacen… Y hablo y critico a los modelos
de poder que han surgido sobre los valores que los hombres se han otorgado a sí
mismos y luego han hecho universales en la cultura, valores como la
fuerza, el dominio, la competitividad, la acumulación de más poder, la
violencia… No es que los humanos seamos así, es que el modelo
patriarcal universalizado ha hecho la estructura de relaciones y la
organización de la convivencia de esa forma.
Siempre habrá quien no quiera cambios y quien se enfrente a ellos,
cuando las mujeres comenzaron a hablar de igualdad a finales del siglo XVIII
también fueron criticadas por otras mujeres y por la mayoría de los hombres,
algunas fueron asesinadas en la guillotina, como Olympe de Gouges por defender
la igualdad, lo mismo que muchos blancos que se enfrentaron a la esclavitud o
al apartheid sudafricano… sin embargo al final se consiguió romper esos
muros de silencio e invisibilidad, aunque los problemas aún continúen.
Y seguiré hablando sobre los hombres y criticaré a los hombres que
tratan de utilizarnos al resto para decir que ser hombres es lo que ellos hacen
y defienden. Y lo haré también por mis dos hijos,
Miguel y Manuel, y por todos los que quieran superar el límite impuesto
de una hombría que nos reduce a ser lo que quieren que seamos, porque
a diferencia de los que se sienten cuestionados cuando se critican esas
referencias de la masculinidad, yo y muchos otros, confiamos en los
hombres y estamos seguros de que lograran desprenderse de esa máscara que le
dieron al entrar en este juego perverso de las identidades obligadas y rígidas.
No es de ahora, ya en 2005 escribí en la dedicatoria del libro “El
Rompecabezas”: <<A los hombres que
están dispuestos a
descubrir que los valores y los sentimientos no van unidos a los cromosomas, para que pongan su esfuerzo en levantar la pesada losa que la cultura, como si fuese el caparazón de una lenta tortuga, ha depositado sobre
ellos para atarlos al “ser como son”>>. Algunos hace años que llevamos trabajando en este tema… "aunque parezca extraño".
FUENTE: http://blogs.elpais.com/autopsia/2012/06/nosotros-los-hombres-i.html
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