Y ¿en qué rayos se parecen ambas? pensará usted con toda la razón. A
primera vista, nada tienen en común la estoica y dulce mujer de las
flores frescas en el pelo con la obstinada señora del moño y el
chesterfield en la mano cuya arrogancia contribuyó, según sus críticos, a
la guerra de Yom Kipur. Lo que une a estas dos damas de hierro es que
renunciaron a sus hijos (ambas fueron madres por partida doble) y a sus
maridos por la política. Una por construir su patria, la otra por
llevarla a la democracia.
Cada una hizo saber a su futuro marido desde primera hora, y a su modo, cuáles eran sus prioridades. Ya en la boda de Suu Kyi, hija del padre
de la independencia de Birmania, con el profesor Michae Aris, en
Inglaterra en 1972 estuvo claro entre ellos que "tendrían que estar
separados si el pueblo birmano la necesitaba", según el obituario de él en la BBC.
Golda, nacida en Ucrania y criada en Milwaukee, intentó convencer a
Morris Meyerson ya de novios de que se instalaran en Palestina. "Golda
probó la razón, la persuasión y la manipulación. Cuando todo falló, echó
mano de la táctica clave de su arsenal, el ultimátum: O nos mudamos a
Palestina o no habrá boda", según una de sus biógrafas citada por el diario Haaretz.
Se casaron en 1917, poco después de la declaración Balfour (que
promovió la creación en Palestina de un hogar nacional para los judíos).
En 1921, viajaron a Palestina para quedarse.
Suu
Kyi estaba en arresto domiciliario cuando le otorgaron el Nobel de la
Paz 1991. Sus hijos, adolescentes, y su marido recibieron entonces el
galardón que ella acaba de recoger. Seguía cautiva cuando Aris,
académico experto en Tíbet, enfermó de cáncer. Los generales le negaron
el visado en los últimos meses de su vida para visitarla en Rangún. Como
temía que no la dejaran regresar, ella no quiso viajar a Inglaterra. En
la última década se habían visto cinco veces. Él murió en 1999. No se
pudieron despedir.
El año en que Golda logró su primer cargo público, 1928, se separó de Morris, aunque nunca llegaron a divociarse. Comenzaba una carrera política
que la convirtió en embajadora, diputada laborista, ministra -"el mejor
hombre de mi Gobierno", solía decir Ben Gurión, cosa que ella
aborrecía- y, en 1969, jefa de Gobierno. Dimitió tras la guerra de Yom
Kipur, el mayor fracaso militar de su ejército. Tenía 74 años.
Ellas, como tantas madres, también han sentido el peso de la culpa. Así lo explicaba Suu Kyi en 2010, la víspera de reencontrarse tras una década con su hijo Kim.
"Cuando tomas una decisión, debes estar preparada para aceptar las
consecuencias. No les ha ido muy bien tras la ruptura de la familia,
sobre todo tras la muerte de su padre [...] Mis hijos son muy buenos
conmigo, muy comprensivos". Aunque el protagonista sea Mandela, una
escena descrita en el libro El factor humano
describe bien lo que a menudo ha debido sentir la birmana: Un guardia
metió a su bebé de ocho meses clandestinamente en la cárcel para que al
veterano preso pudiera cogerlo en brazos. "Llevaba 23 años sin poder
tocar a ninguno de sus seis hijos", cuenta John Carlin.
Golda expresó su pesar de esa manera tan contundente y directa de los
israelíes: "Hay un tipo de mujer que no se puede quedar en casa", segun
recogió el NYT en su obituario. Sea el sentido del deber o el carácter, birmanos, israelíes (y surafricanos) les deben estar agradecidos por su sacrificio.
FUENTE: http://blogs.elpais.com/mujeres/2012/06/todo-por-la-patria.html
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