miércoles, 9 de enero de 2013

El eterno problema

En la encrucijada del año que se va y en el que viene, han saltado a los medios de comunicación las agresiones que aún padecen las mujeres, tanto físicas como morales. Es una noticia recurrente que se alienta cuando se produce algún acontecimiento que la conciencia colectiva no puede digerir, a pesar de que los comportamientos que provocan estos hechos constituyen una práctica muy consolidada. Especial conmoción ha producido la violación y muerte de la joven Amanat, de 23 años, en la India por la violación de 6 terroristas de género, o el caso que ha saltado a la luz de la violenta agresión sexual a una niña de 9 años en Paquistán. Por otro lado, en la civilizada Europa, el obispo de Córdoba se ha despachado a gusto hablando de las mujeres, en lo que es más que una manifestación de la libertad de expresión, porque contiene declaraciones claramente inconstitucionales. Mientras tanto, las mujeres siguen muriendo a manos de los machistas que aún se escudan en razones históricas, cuando no tras la apariencia de una supuesta igualdad, que sólo se quiebra en casos como los expuestos.

Y este es el eterno problema: la igualdad de las mujeres y hombres se ha visto siempre como una cuestión secundaria o, al menos, segregada de la construcción social de la igualdad con mayúsculas; aquella que se formula en términos generales y abstractos, que funciona como referencia de las sociedades democráticas; hasta tal punto de que es posible convivir con un cierto grado de aceptación social de que las cosas van más o menos bien, manteniendo posiciones de subordinación y dependencia, cuando no de riesgos, en las mujeres. Como mucho, y para acallar una conciencia que las feministas golpean cada vez más, elaboran el discurso de que es cuestión de tiempo que se equiparen a los hombres; es decir, que éste juega a su favor; lo único que se requiere es paciencia. Con independencia de que la historia se ha encargado de demostrar lo contrario; en este tema nos movemos en una cuestión de principios, de principios que tienen que ver con las bases conceptuales e ideológicas de la democracia, pues ésta no es tal si la igualdad y la libertad en la que se asienta no alcanza a todas y a todos. No hay etapas, ni fases en su realización, o se asume que las mujeres representan más del cincuenta por ciento de la ciudadanía y tienen que estar presente en las raíces del sistema, o seguiremos con el déficit democrático que aqueja a la sociedad actual.
Y este discurso, como no podía ser menos, es válido para culturas que están instaladas en la discriminación constante de las mujeres, como en la India o en Paquistán; pero, también, para un país como el nuestro que no logra incorporar a las mujeres a una ciudadanía plena, porque la olvidaron cuando instalaron la democracia.

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