En los albores de la crisis económica hubo quien imaginó que podría ser la crisis definitiva del capitalismo competitivo, explotador y patriarcal en que vivimos inmersos, que sumada a la crisis de legitimidad de unas instituciones representativas de perfil liberal burgués, a la medioambiental, a la alimentaria, a la del sistema sexo-género que nos rige, nos llevaría a explorar nuevas maneras de hacer las cosas. Unas maneras más solidarias que competitivas, más centradas en el cuidado que en el beneficio marginal, menos empeñadas en consolidar relaciones de poder: entre nacionales e inmigrantes, varones y mujeres, entre quienes mueven las ruedas del capitalismo y quienes quedamos a su merced. Hay seguro quienes todavía piensan que tal (r)evolución es posible. A mí también me gusta creerlo. Lo que está claro es que el sistema va a combatirla con todas sus fuerzas, como el animal herido que es, que llevarla a cabo va a requerir perseverancia, imaginación, y sensibilidad hacia los sutiles y no tan sutiles mecanismos de autoafirmación del sistema.
En este contexto, ¿de dónde viene la oposición a la propuesta de Directiva europea que obliga a las grandes empresas que cotizan en bolsa a incluir un mínimo de 40% de mujeres en sus consejos de administración para 2020 –en la actualidad las mujeres apenas somos el 14%–? ¿Por qué la ha rechazado en nuestro país el partido en el gobierno? No creo que sea casualidad que los principales opositores a la Directiva sean el Reino Unido y Alemania, pilares del capitalismo europeo. Quizás sospechen que a mayor número de mujeres en puestos de decisión económica, mayores son las probabilidades de cambios en el modelo.
FUENTE:http://blogs.elcorreoweb.es/blancarodriguezruiz/2012/12/30/el-genero-de-las-empresas/
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