Vivir en una sociedad machista permite tolerar grados socialmente admitidos por todos
Una joven salió de copas con unas amigas y pensó que no era mala idea volver sola a casa, que estaba a 80 metros del bar de las risas y venga, la última. Olvidó que ser mujer es un factor de riesgo en la selva y que Fuengirola es parte de este mundo. Un hombre la abordó en el portal y la agredió sexualmente. No fue a más (ni a menos) porque a lo lejos se escucharon pasos y el hombre huyó, aunque la joven acertó a sacar el santísimo móvil y le hizo una foto de espaldas que resultó definitiva para localizarlo y que la policía lo haya felizmente detenido. La mujer es blanca blanquísima de esa Finlandia amplia que triunfa en el informe PISA (por detrás de Corea), y el hombre es negro negrísimo de la verde Senegal (por la parte donde es verde). Los colores hacen que nos desviemos del asunto principal (un tema muy incómodo) y nos ocupemos de qué hace un negro en Fuengirola y haya quien se pregunte por qué no son más altas las vallas de Melillas que como adornos navideños tienen cuchillas que por cierto se fabrican en Málaga. Todo esto no debería ocupar toda una página del periódico, ser noticia, puesto que cada hora y media se produce en España una agresión sexual, ya ven: un tema cotidiano, daños colaterales por ser mujer. Vivir en una sociedad machista permite tolerar grados socialmente admitidos por todos, y aceptar que habrá picos bajos (quienes no admiten ningún tipo de discriminación, ni siquiera la doméstica intramuros que practicamos en nuestro dulce hogar familiar) y picos altos (acoso, abuso, agresión, violación).
Anteayer, el periódico contaba que un trabajador de la Oficina de Turismo de la plaza de la Marina ha sido condenado a año y medio de cárcel y a 6.000 euros por entrar en el correo de una compañera, a la que por cierto enviaba mensajes de contenido sexual. Antes de ser condenado, a ella la trasladaron de puesto como medida de protección. Es lo mismo que sucede en los casos de acoso en institutos: en vez de alejar al verdugo, escondemos a la víctima.
En Almadén de la Plata, un pueblo sevillano que no tiene ni policía local (quizá sí tenga club de alterne) vive la madre de 'el loco del chándal'. Calificado como depredador sexual (esto es la selva), acaba de beneficiarse de la nulidad de la 'doctrina Parot' y en el pueblo de su madre temen que vaya a vivir con ella. Temen por sus mujeres. El mismo día de la concentración en Almadén, la policía detiene a 70 kilómetros, en San José, a los integrantes de una banda -en este párrafo todos son blancos- de trata de mujeres, obligadas a ejercer de prostitutas. Esclavas. Sería curioso hacer un día el periódico desde una perspectiva femenina, sólo uno, por probar. Qué susto.
Fuente:
SUR
No hay comentarios:
Publicar un comentario