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Mònica Verge y Magda Nos |
¿Unas mujeres quieren subir un ochomil? A finales de los ochenta, la pregunta siempre chocaba con la misma respuesta. No. No a acompañar a los hombres en sus expediciones. No a recibir ayudas. No y otra vez no. Pero el sueño latía imparable en el corazón de Magda Nos después de conocer aquellas majestuosas montañas. Lo llevaba en la sangre, nacida en Burdeos en 1947 de madre catalana y padre vasco, ambos montañeros. De aquellos veranos de acampadas saltó a la espeleología y a la escalada para no separarse ya de las cumbres.
“Mi ilusión fue siempre subir a un ochomil”, recuerda Magda durante un reencuentro con Mònica en Barcelona en diciembre pasado; “fue una trayectoria larga porque me daba mucho respeto. Tresmil, cuatromil, cincomil… hasta que me sentí segura, lista. El alpinismo femenino español estaba muy retrasado respecto al resto de países. Es lógico que si otras mujeres alrededor del mundo habían llegado a la cima de un ochomil también las hubiera en nuestro país. Yo quería que en mi casa tuviéramos ese honor”. Y con una condición: solo mujeres. “Lo teníamos clarísimo. La expedición debía ser solo femenina, y eso nunca se había hecho en el Estado español. Queríamos demostrar que una mujer podía hacer lo mismo que un hombre”.
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Mònica y Magda, en la cima del Cho Oyu en 1989 |
En ese nacimiento del proyecto chocaron con las primeras piedras. El machismo y el dinero. “Los chicos no querían chicas en sus expediciones. Había muy pocas escaladoras. Era un deporte duro, de riesgo. Les preguntábamos si podíamos ir con ellos y nos decían que no, que las mujeres dábamos problemas. Existía mucho machismo”, cuenta Mònica. Magda asiente: “Incluso si ibas a escalar con un chico tenías que ir de segunda en la cordada. Él tenía que subir y la chica a seguirle y gracias. Como si nos tuviéramos que refugiar en la figura masculina. Y decían que no podíamos ir solas a escalar. No creían que una mujer pudiera hacerlo. Siempre decían que no y ya está. Pues nosotras lo hicimos”.
Ese machismo reinaba en las montañas y en la ciudad. “Una expedición solo de mujeres nos cerraba la puerta a muchos patrocinadores. No creían en nosotras”, resume Mònica. Fueron continuos los portazos. Les apoyó la revista Lecturas, que publicó un reportaje y su director les pagó el vuelo de regreso de París a Barcelona, previsto en tren.
“Fue muy, muy difícil”, dice Magda. Casi imposible. Se había formado un equipo de cuatro mujeres, pero, sin ayudas para cubrir los cuatro millones de pesetas de presupuesto, solo quedaron dos, Magda y Mònica, que pidieron un crédito personal al banco. “La prensa decía que dos mujeres solas no llegarían ni al campo base. ¡Qué confianza tenían en nosotras! Pero estábamos seguras de que iríamos, fuera como fuera”. Fue llevando en coches el material de Barcelona a París. Fue suplicando que les permitieran embarcar sin pagar un dinero que no tenían por el exceso de equipaje. “No sé cómo lo hice”, recuerda Magda; “estaba tan convencida de que debía ir…”.
Apadrinada por Marta Ferrusola, mujer del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, la pequeña expedición había salido de Barcelona el 12 de agosto. El 30 estaban en la falda del Cho Oyu, a los pies de su sueño. Acompañadas del sherpa Ang Phuri. “El ascenso no fue difícil, pero sí arriesgado. Tuvimos mucha nieve”, explica Magda. “Recuerdo cada paso”, añade Mònica. El riesgo de aludes les obligó a cambiar el camino, y no tenían teléfonos ni otro sistema de comunicación, solo unas cartas escritas a mano “que un hombre que venía de Nepal recogía corriendo en un paso a 6.000 metros cada dos semanas y llevaba a Katmandú”.
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Las alpinistas, durante la ascensión |
Aquellas dos mujeres en las que pocos creían eran de repente un símbolo. “Cuando fuimos al Cho Oyu no nos hacía caso nadie. Una vez hicimos cima todo cambió. Ahí comprendí cómo funciona este mundo: si no haces cumbre, no eres nadie”, lamenta Mònica. Marta Ferrusola les envió una felicitación y las recibió en el aeropuerto de Barcelona a principios de octubre junto a unas 200 personas. “Cuando llegamos nos dimos cuenta de lo que significaba haber hecho un ochomil femenino. Pasamos un año entero de celebraciones, conferencias, actos...”, explica Magda. Parte de todo ello, además de un vídeo, era para devolver los créditos. “Me cambió la vida totalmente. Tenía la obsesión de subir a un ochomil y una vez lo conseguí no pude parar”. Magda participó en otras seis expediciones a ochomiles, y en 1992 subió al Sisha Pangma. “Y al cabo de los años sentí la necesitad de ayudar a los que me habían ayudado a mí, los sherpas de Nepal”, explica. Así fundó Namlo (el nombre nepalí de la cinta de cáñamo usada para sujetar las cargas), una ONG para crear escuelas. “Los retos que tengo con Namlo son más grandes que los retos de cualquier ochomil”, resume.
Magda vive entre Estados Unidos, Barcelona y Katmandú dedicada a los niños de Nepal. Mònica continuó en su refugio, acudió al Gasherbrum II y hoy vive en Francia. Antes de ese 1989 cuatro expediciones masculinas habían alcanzado la cumbre del Cho Oyu. Más tarde, en 1996, Araceli Segarra acaparó los focos al convertirse en la primera española en subir al Everest. Pero Magda y Mònica fueron únicas. “Han pasado casi 25 años y no olvidamos nada de esa expedición”, coinciden. Siguen, claro, acudiendo a la montaña. Nadie como ellas sabe lo que es abrir huella.
Fuente: El País
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