La línea que separa una violación de un acto sexual consentido se vuelve muy fina en una cultura que fomenta las agresiones hacia la mujer. No se cree a las víctimas e incluso se tiende a culpabilizarlas: "Si vestimos de una determinada forma, lo normal es que nos violen. Como si la violación fuera la norma y no la excepción".

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